domingo, 25 de diciembre de 2011

Morosidad terráquea

Hace un tiempo yo les contaba que recalo a diario en un boliche (Bar mixto El Crujido – Carreras Nacionales esquina Emilio Zola) único en su especie por su gente, porque ahí se reúnen parroquianos y un gato dormilón, todos ellos con elevadísimos logros filosóficos y bajísimos perfiles.

Por ejemplo, a ninguno de ahí se le ocurre hablar de sí mismo en tercera persona del plural. Esa locura no tendría cabida. Cuando alguien dice «nosotros», seguro que se refiere a él y a alguien más, pero jamás a él solo.

En realidad debo rectificarme porque hacía semanas que no iba y justo ayer no aguanté más la abstinencia ... de filosofía, de gente brillante, de esa exquisita locuacidad de pocas palabras, de largos silencios llenos de contenido y meditación. Hay veces que sólo se escucha el ronroneo del gato (si la heladera está apagada, claro).

Estábamos en plena meditación independiente cuando el Gordo Calvo largó:

— Vieron que a la morosidad no la para ni Cristo, ¿no?

Paulatinamente la gente empezó la operación retorno, muy lentamente, mirándolo fijo al Gordo como si fuera un faro que orienta al navegante. El quiosquero disimuló el estupor sirviéndose un poco más de cerveza tibia; Gladys modificó el cruce de piernas; Cacho Gómez se miró la punta de los zapatos como si nunca hubieran estado ahí; el bolichero aprovechó para secar un poco más el mármol del mostrador, con una rejilla que le salió muy buena porque lleva años de uso.

— Hasta el Pepe Mujica no sabe para dónde agarrar —continuó Calvo (Pepe Mujica es un carismático operador político en Uruguay-2006).

La hermana más chica de Gladys, que se electriza por participar y demostrarle a todo el mundo que la inteligencia es de familia, dijo:

— Y, desde que el mundo es mundo, nadie quiere devolver lo que recibió prestado...

A Estercita le volvió el alma al cuerpo porque cuando Gladys no se encrespa con sus intervenciones, es porque las ratifica.

— ¡Y si! —dije yo como forma de expresar cuánto me gustan las ganas que tiene la gurisa de superarse.

— La cosa tiene raíces muy profundas pero sencillas a la vez —arrancó Gladys, restregándose ambas manos entre las rodillas como si tuviera frío. —Yo estaba calculando que un individuo a los 15 años ya está pronto para reproducirse, o sea que si tiene un hijo, en otros 15 años ya puede ser abuelo. Entonces, alguien con 30 años ya hizo todo lo que tenía que hacer. Como el cuerpo de uno está compuesto por materiales que son del planeta, a esa edad se nos vencería el vale y habría que pagarlo, para lo cual primero hay que morirse. Por culpa de la morosidad, así estamos ¡llenos de viejos!

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martes, 6 de diciembre de 2011

Aborto a bordo

Querido papá:

Espero que al recibo de la presente te encuentres bien. Yo la voy llevando y no me puedo quejar. Las cosas acá son diferentes a lo que yo estaba acostumbrado, pero como siempre me lo dijiste «Si otros pueden, ¿por qué no vas a poder vos?».

Las dificultades de adaptación me desvelan y paso muchas horas tirado en la cama mirando el techo y tratando de entender por qué todo se me hace tan difícil. Inevitablemente busco causas, culpables, responsabilidades, errores.

Siempre tuve una vida muy cómoda cuando vivía con ustedes y vos te hacías cargo de todo lo que mamá y yo necesitábamos. Nunca me faltó nada. Hasta me pasaste el auto cuando te compraste uno nuevo porque el concesionario te lo tomaba por muy poco dinero. Mi popularidad entre mis amigos subió mucho con ese auto porque era mejor que el de sus propias familias. Creo que a Margarita la conquisté gracias a él ... a vos, debería decir en realidad.

El otro día, hablando con una compañera de facultad, me decía que por mis argumentos sobre ecología filosófica le vinieron ganas de soltar el zorzal que tienen en la casa pero que se arrepintió porque la madre le dijo que por haberse criado en cautiverio no llegaría a la noche sin que algún gato se lo comiera.

Las meditaciones de esta madrugada me llevaron a compararme con ese pobre zorzal, que canta como Gardel pero que probablemente sea su forma de gritar por una libertad que los humanos no queremos darle para hacerle un bien.

Sería muy ingrato de mi parte decir que fuiste demasiado bueno conmigo y que me convertiste en un inútil por no privarme de nada. Pero debo confesarte que tu bondad la estoy sintiendo como un error garrafal que, si algún día soy capaz de tener un hijo, trataría de no repetir.

Con el profesor de Arte Azteca nos llevamos muy bien y hablamos mucho. Cuando le contaba esta especie de ingratitud que tengo hacia vos y que tanto me mortifica, él me decía que a veces sucede que los padres, no es que sean tan buenos como parecen, sino que anulan a los hijos con su generosidad como forma de sacarse de encima a quienes algún día pueden disputarle su poder familiar.

Algo parecido creo que pasó con mamá, porque ella me ha insinuado que se siente atrapada en una especie de chantaje porque no deja de ser un triste satélite tuyo y no tiene ni argumentos ni voluntad para salir de esa condición. Nunca me lo dijo con esas palabras —y te pido que por favor no se lo preguntes—, pero ahora que estoy lejos de ustedes comprendo mejor su tristeza, desgano y sobrepeso.

Siempre estuviste acostumbrado a mandar y a que te obedeciéramos. Tu generosidad funciona como una varita mágica que nos maneja a todos como si fuéramos marionetas.

Es insólito que me esté quejando de algo que tantos hijos desearían para sí, pero después de darle muchas vueltas al asunto, estoy bastante seguro que mis bajas notas en todas las asignaturas que me exigen creatividad, pueden estar motivadas porque «gracias a vos no necesito nada», lo cual, aunque parezca disparatado, equivale a funcionar como un cadáver.

Cambiando de tema, sabés que quizá te tenga que pedir una remesa especial porque Margarita tiene un atraso de tres semanas y ya acordamos que este tampoco lo queremos tener. Después te digo cuánto me tenés que mandar.

Un beso de tu mejor (y único) hijo.

Tola

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