sábado, 6 de agosto de 2011

El Pocho Támesis

El Pocho Támesis es una año mayor que yo y habla de envidia buena y envidia mala.

Es un tipo oscuro, opaco, pero no misterioso porque este adjetivo podría ser interpretado por el lector como positivo y yo lo que pretendo es que usted termine odiándolo, porque siempre ha sido un problema para mí y por eso no me canso de combatirlo.

Desde hace años que de una u otra forma hago propaganda en su contra.

Él es de esas personas a quienes las cosas siempre le han rodado bien. Ha tenido la suerte de su lado desde muy pequeño. Se sabe, por ejemplo, que el padre le hacía muy lindos regalos cuando padecía las clásicas enfermedades de la infancia. ¡Así cualquiera se enferma!

El padre era un tipo muy frío, antipático y hasta podría decirse grosero. Sin embargo era cariñoso con el Pocho enfermo.

También fue generoso con el Pocho sano porque fue al único hijo que le permitió seguir estudiando sin trabajar hasta mucho después de recibirse de agrimensor.

El Pocho dice que él tiene envidia buena porque desea poseer los méritos de los demás y dice que yo tengo envidia mala porque deseo tener los bienes de los demás sin dar nada a cambio.

Lo que nunca dice —porque no le conviene— es que las cosas están mal repartidas y que él ha tenido la suerte de tener un título que le abre muchas puertas.

No es justo —y esto se lo discutiré hasta el cansancio— que algunos tengan todo y otros no tengamos nada.

Yo no les pedí a mis padres para nacer, así que me parece que ellos deberían darme todo lo que necesite sin que yo tenga que andar haciendo méritos. ¡Como si ser padre no fuera suficiente premio para ellos! ... y si no pregúntenle a los que no pueden tener hijos.

Fui yo quien le puso Pocho cuando me enteré que en España significa «podrido» y también le puse Támesis porque se jacta de hablar un inglés mejor que cualquier nativo. ¡Once años de Anglo tiene! Se fumó hasta los postgrados en Inglaterra. ¿Y todo eso para qué? Sólo para sobresalir y lograr que otros sientan «envidia buena» hacia él. ¡Un verdadero presumido insoportable!

Nunca oculto mi espíritu justiciero en cuanto al reparto igualitario de la riqueza. Él se llena la boca retrucándome que las que tienen que estar bien repartidas son las oportunidades y que después cada uno haga lo que quiera y pueda. ¡Es fácil decirlo para quien tuvo todas las oportunidades posibles!

Yo discuto con la madre porque ella lo defiende. Pero, claro, es la madre. ¡Pero por algo ella se divorció del padre, ahora vive conmigo y está bancando todos los gastos!

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