jueves, 4 de octubre de 2012

Cambio de vida



El cumpleaños número 46 de mi mejor amigo fue un día de suerte.

Se festejó en una casa de campo ubicada a 30 quilómetros de la capital y el día estuvo espléndido.

Como a las 11 de la mañana llegó un autito coreano manejado por una mujer de lentes y pelo lacio negro.

Cuando se bajó cerró la puerta con parte de su vestido adentro, por lo que tuvo que volver a abrirlo, miró la marca de barro que le dejó en el ruedo, pateó con furia en el suelo y cerró con violencia para que la puerta inoportuna escarmentara.

Sin parar de gesticular furiosa, se dirigió a mi amigo para saludarlo o para insultarlo y cuando pasó a mi lado me encapsuló en su perfume.

Cuando terminó de saludarlo, me acerqué a ella y tomándola del brazo, le dije al oído: «Me gustás toda».

Ella tironeó para soltarse y la seguí hasta que intentó saludar a la esposa de mi amigo. Aproveché la preparación de sus labios para ser yo quien le diera un beso de sicópata descompensado.

Me miró a los ojos y le dije: «Vení».

Quizá me acompañó para no tener un segundo problema en la mañana y le dije: «Me gustás toda, sé que sos la mujer de mi vida y también sé que nadie podrá ofrecerte lo mismo que yo puedo darte».

Como sus pestañas bajaron levemente, entendí que esa era una rotunda aceptación y la invité a que fuéramos a mi camioneta. Hicimos el amor como dos venusinos alcoholizados. Llamé al móvil de mi amigo para decirle que nos íbamos con ella para terminar de arreglar unos asuntos personales.

En el viaje a la capital ella fue preguntándome cuáles eran algunos datos míos y ante cada respuesta me informaba los suyos.

Cuando llegamos a mi apartamento entró con actitud de copropietaria, hicimos el amor nuevamente como si volviéramos de una cruel abstinencia y hoy cumplimos 11 meses inaugurándonos zonas erógenas desconocidas.

Insisto: aquel fue un día de suerte.