sábado, 11 de abril de 2015

Secreto profesional



El veterano abogado, cansado de recorrer juzgados defendiendo delincuentes indeseables aunque adinerados, recibió de mala gana la solicitud de su cuñado de ayudar a la hija de este que deseaba hacer sus primeros clientes en el área penal.

La chica siempre había tenido una pésima relación con su tío, lo había despreciado duramente por su apego al dinero y la consiguiente inescrupulosidad con la que él apelaba a cualquier chicana con tal de mantener bien alto su prestigio y sus honorarios entre la gente del hampa.

Cuando llegó al buffet, intercambiaron ásperos gruñidos de saludo y él le hizo entregar el caso de un connotado delincuente, con varias condenas casi cumplidas gracias a la fortuna de su familia que le pagaba al abogado fuertes sumas para sacarlo de la cárcel a como diera lugar.

Ella fue con un trajecito color gris acero, tacones altos negros, medias con raya trasera y una blusa roja que realzaba su atractiva figura.

Entró a la sala donde tendría la primera entrevista con el inculpado donde éste la estaba esperando tras una pequeña mesita.

La abogada se sentó en la silla como si estuvieran en un pub, cruzó las piernas y mirándolo directamente a los ojos le dijo desafiante que él ya sabía cómo funcionan las cosas, que por lo tanto fuera derecho al punto y le informara detalladamente todo lo que lo había llevado a constituirse en primer sospechoso de homicidio con robo y violación.

Él comenzó su exposición como si ya lo hubiera hecho mil veces y ella se dio cuenta que acá había algo que no se lo esperaba.

Esa voz le hacía vibrar el pecho y pensó cómo sería ese hombre violando a una mujer como ella, dentro de ese recinto carcelario, tirándola sobre la mesa con violencia que se le ocurrió seductora, corriendo su ropa con la destreza de un prestidigitador y extrayendo de entre su uniforme naranja un pene de tamaño normal pero de dureza acerada y con una temperatura casi quemante cuando sintió que penetraba por su vagina descontroladamente lubricada.

Recordó todas las experiencia sexuales que había tenido pensando que podía ufanarse de conocer todas las actitudes masculinas que pudieran existir, pero en este caso se daba cuenta que le faltaba mucho por aprender.

La fortaleza del acusado era notable y varias veces sintió que todo sucedía sin que ella apoyara los pies en el suelo. Las oleadas de placer le cerraban la garganta, se le caían las lágrimas, sentía una novedosa secreción salival que tampoco se conocía, le temblaban los muslos y los abdominales. Se mordía el labio inferior deseando que aquello no terminara nunca porque los orgasmos eran más y más intensos.

— Doctora, ¿Usted me está escuchando lo que le digo?

— Perdón, me distraje. Recomience por favor.