El veterano abogado, cansado de recorrer
juzgados defendiendo delincuentes indeseables aunque adinerados, recibió de
mala gana la solicitud de su cuñado de ayudar a la hija de este que deseaba hacer sus
primeros clientes en el área penal.
La chica siempre había tenido una pésima
relación con su tío, lo había despreciado duramente por su apego al dinero y la
consiguiente inescrupulosidad con la que él apelaba a cualquier chicana con tal
de mantener bien alto su prestigio y sus honorarios entre la gente del hampa.
Cuando llegó al buffet, intercambiaron ásperos
gruñidos de saludo y él le hizo entregar el caso de un connotado delincuente,
con varias condenas casi cumplidas gracias a la fortuna de su familia que le
pagaba al abogado fuertes sumas para sacarlo de la cárcel a como diera lugar.
Ella fue con un trajecito color gris acero,
tacones altos negros, medias con raya trasera y una blusa roja que realzaba su
atractiva figura.
Entró a la sala donde tendría la primera
entrevista con el inculpado donde éste la estaba esperando tras una pequeña
mesita.
La abogada se sentó en la silla como si
estuvieran en un pub, cruzó las piernas y mirándolo directamente a los ojos le
dijo desafiante que él ya sabía cómo funcionan las cosas, que por lo tanto
fuera derecho al punto y le informara detalladamente todo lo que lo había
llevado a constituirse en primer sospechoso de homicidio con robo y violación.
Él comenzó su exposición como si ya lo hubiera
hecho mil veces y ella se dio cuenta que acá había algo que no se lo esperaba.
Esa voz le hacía vibrar el pecho y pensó cómo
sería ese hombre violando a una mujer como ella, dentro de ese recinto
carcelario, tirándola sobre la mesa con violencia que se le ocurrió seductora, corriendo
su ropa con la destreza de un prestidigitador y extrayendo de entre su uniforme
naranja un pene de tamaño normal pero de dureza acerada y con una temperatura
casi quemante cuando sintió que penetraba por su vagina descontroladamente
lubricada.
Recordó todas las experiencia sexuales que
había tenido pensando que podía ufanarse de conocer todas las actitudes
masculinas que pudieran existir, pero en este caso se daba cuenta que le
faltaba mucho por aprender.
La fortaleza del acusado era notable y varias
veces sintió que todo sucedía sin que ella apoyara los pies en el suelo. Las
oleadas de placer le cerraban la garganta, se le caían las lágrimas, sentía una
novedosa secreción salival que tampoco se conocía, le temblaban los muslos y
los abdominales. Se mordía el labio inferior deseando que aquello no terminara
nunca porque los orgasmos eran más y más intensos.
— Doctora, ¿Usted me está escuchando lo que le
digo?
— Perdón, me distraje. Recomience por favor.
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