domingo, 10 de febrero de 2013

El florista



 
— ¿Podemos compartir la mesa?

— Si.

— Mozo, ¿sírvame un café con leche con tres masas saladas? ¿Quiere algo usted?

— Si. Un vaso de agua.

— Parece que el frío se está yendo de a poco ¿no?

— Ajá... De a poco.

— ¿Usted es de por acá? Nunca lo había visto.

— No. Vivo a unos diez kilómetros de acá.

— ¡Ah! ¿Vende flores por lo que veo?

— Si.

— Acá tiene su agua. ¡Gracias mozo! Es complicado el cultivo de flores ¿no es así?

— No. Yo las consigo en un pantanal que tiene una señora que vive sola a unos veinte kilómetros de acá. Nacen solas, las corto, las ato con alambre, las traigo, las vendo y ya está.

— ¡Qué interesante! ¿y cómo descubrió esa forma de vida?

— Entré a la iglesia una mañana en que estaba desocupado, tenía frío y mucho hambre. El cura decía algo de que Dios cuida a los pájaros y a los lirios del campo dándoles de comer. Salí a buscar lo mío y encontré esto.

— Ah, sí, es una parábola dicha por Jesús.

— ¿Una qué?