miércoles, 22 de diciembre de 2010

«Vas a tener un varón»

Años estuve fascinado con un tío muy cómico, dicharachero, pícaro, que cuando sabíamos que iba a venir a Montevideo, era para la barra de primos que vivíamos con mi abuela, igual que si viniera un circo al baldío de la otra cuadra. ¡Genial el viejo! Era como una mezcla de Landriscina, Juceca, Paco Espínola.

Lo que más me enloquecía era su capacidad adivinatoria. Todos decían que cuando él miraba a una embarazada, la hacía poner de perfil y le decía: «Vas a tener un varón» ¡y no le erraba! Ahora que existen las ecografías me causa un poco de gracia y se refresca mi admiración cuando oigo que el diagnóstico, en algunos casos no es muy seguro, porque la posición del feto, y que si es nena y una cantidad de salvedades y advertencias.

Pero no, yo te quería decir otra cosa. Fijate que en nuestro gremio se estila usar textos o películas para tratar de fundamentar la teoría. Lacan, por ejemplo, estuvo años sacando conclusiones de El Banquete de Platón, de Hamlet y de La carta robada de Poe. Y por supuesto, los despistados estudiantes, venimos atrás y encontramos que estuvo notable, que ¡cómo se dio cuenta! y otras tonterías.

Para mí la cosa es así. Un escritor es un angustiable; se le desordenan las ideas, padece un sentimiento de fragmentación (del que hablara Melanie Klein), y logra rearmar su cabecita escribiendo algo ... como hizo el nieto de Freud cuando jugaba con un carretel imaginando que controlaba las apariciones y desapariciones de su mamá diciendo for – da, respectivamente.

Esto respecto al acto de escribir en sí. Ahora, ¿por qué escribe ese texto? Siguiendo con el ejemplo del nieto de Freud, porque en su imaginación, él cree que está persuadiendo a su madre para que se quede con él y lo mime, lo acompañe, lo consuele, lo abrace, lo acaricie. En la medida en que el escritor es más neurótico, desarrollará textos que constituyen metáforas donde el motivo original está más y más disfrazado. Tan disfrazado que no lo reconoce ni él.

Después venimos los lectores y ¿dónde nos enganchamos?: en que, por algún motivo de coincidencia, encontramos que esa metáfora del reencuentro del escritor con su madre, es para nosotros también una metáfora, pero andá a saber de qué otra cosa placentera.

O sea que el tipo escribe cosas que me terminan gustando pero sólo porque le emboca, pero no hay ninguna relación entre el mensaje a su madre y lo que yo pueda interpretar de los personajes que él utiliza. Lo único que yo podría hacer con ese texto es averiguar porqué me gusta a mí (lector), pero no tiene ningún sentido analizar la psiquis de los personajes que utilizó el escritor para desangustiarse. El único análisis posible no es la psiquis de Hamlet, sino por qué a mi me atrapa esa intriga. ¿Me expliqué?

¡Ahora me doy cuenta por qué arranqué contándote lo de mi tío!

Esta tarde fui a llevarle unos caramelos a la casa de salud donde vive hace años y le conté la admiración que sentía por su capacidad anticipatoria con las embarazadas.

Con la lucidez que le va quedando, recobró su carita de pícaro y me dijo: —¿Sabés lo que pasa? Todos creemos lo que más nos gusta creer y con las embarazadas es muy fácil: vos le decís lo primero que se te ocurra, si embocás, creen que es posible adivinar, pero si no le acertás, te perdonan porque sólo le erraste por uno.

●●●

viernes, 3 de diciembre de 2010

Vino de la casa

— Estoy acá abajo. ¿Me podés abrir que me estoy cagando de frío?

— No te esperaba. ¿Que hacés a esta hora?

— Dejame entrar que te cuento.

— Si dale ¡pasá, pasá!

— ¿Con quién estás?

— Con Baby.

— ¿Duerme?

— No, está por servir la cena. Caés justito.

— La verdad que te acepto sin que me ruegues porque además de frío tengo hambre y una bronca descomunal.

— ¡Qué raro, vos con bronca!

— ¿El olor a sopa viene de tu apartamento?

— Le erraste: Guiso de lentejas y flan con dulce. Vino de la casa, como siempre.

— ¡Qué lindo que está acá adentro! ¡Qué tal Baby! ¿Cómo anda tanto tiempo?

— ¡Cómo te va, tanto tiempo! ¡Qué bueno que viniste! Justo estábamos por comer. Nos faltaba alguien como vos para tener una linda cena. ¿Y por tu casa como andan?

— Y, como siempre. Casualmente hoy creo que sobraba alguien como yo para la cena.

●●●

sábado, 20 de noviembre de 2010

La vida es una fiesta

Soy el segundo hijo de un matrimonio mustio, apagado, serio, poco conversador.

Nunca pude imaginar cómo mi padre invitaba a mi madre a tener sexo y mucho menos, cómo lo hizo tantas veces.

Él era un hombre dedicado a matar el tiempo. Exclusivamente. Tenía varios trajes que le quedaban muy bien.

Además de eso, yo pasaba desapercibido entre mis otros hermanos (éramos seis) y, eso tenía ventajas y desventajas.

Cuando tenía ocho años, logré recibir una dosis de amor jamás imaginada porque tuve la feliz ocurrencia de intentar suicidarme tomando unas cuantas pastillas.

Eso provocó un gran escándalo en la familia, me trataron de «pobrecito», algunos tíos dejaron de visitarnos temiendo el contagio y felizmente, logré desesperarlos como para que mis cinco hermanos me envidiaran, pero a su vez tuvieran miedo de que yo me matara por culpa de ellos.

Hasta estos acontecimientos, yo creía que era lindo recibir mucho amor.

Cuando tuve 17 años, pedí que me compraran una moto y me pareció absolutamente injusto, insoportable y vergonzoso que no me la compraran porque podría sufrir un accidente.

Hasta mi abuela sé que intercedió ante mi madre, pero infructuosamente.

Cuando tuve 18 años, me fui casi sin despedirme porque me tenían aburrido.

Como tengo talento para la música, no demoré en vincularme con artistas, noctámbulos y mujeres perfectas para mi gusto.

Paulatinamente me fui olvidando del sol (o de mi figura paterna, según dijo un psicoanalista bohemio).

Escribo todo esto porque ayer me encontré con mi hermano menor, con quien nunca tuve problemas porque casi no nos tratábamos.

Muy sincero, me confirmó que aparento veinte años más de los que tengo pero me me dijo emocionado, que mis ojos destellan felicidad.

Sólo porque a él le importaba decírmelo, me contó que, por diferentes motivos, sólo quedamos vivos él y yo.

¡Caramba! Si lo menciono es porque algo me importaban.

●●●

La muerte de Albertito

Luego de estar reunidas un buen rato, sin que yo pudiera salir a la calle porque mi madre me había hecho señas severísimas para que no atravesara la sala donde se reunían, apareció en mi dormitorio para decirme con una dulzura escalofriante: — ¿Puedes venir, Albertito?

Sabía que este estilo de convocatoria, eran de mal pronóstico.

— ¿Recuerdas a la señora Leonor Vitruvio de Madariaga? — me preguntó como para romper el hielo y entrar en tema, simultáneamente.

— No, —dije, pensando que quizá tendría que haber dicho que sí.

— Mira Albertito —continuó, casi sin prestarle atención a mi insignificante respuesta— su marido, que Dios lo tenga en la Gloria, falleció hace hoy un año y hemos pensado con ella, que tú podrías ser su esposo para acompañarla, para protegerla, para ser su médico personal como lo era el difunto y para encargarte de los asuntos que heredó. ¿Qué dices? —concluyó como diciendo: «Firma acá».

Entonces me casé con la señora Leonor, que pasó a ser mi señora, es decir mi superiora, quien seguía rigurosamente las instrucciones que le suministraba mi madre sobre cómo tratarme.

Los hijos de la señora Leonor, estaban todos en el extranjero, trabajando o malgastando la fortuna heredada.

Cuando se enteraron de la decisión que había tomado su madre, comenzaron a llegar llamadas telefónicas, e-mails y mensajes al celular.

En menos de cuarenta y ocho horas, la más chica, Matilde entró —usando su llave—, en nuestro lujoso apartamento.

Una campaña publicitaria muy exitosa (EE.UU. - 1929), terminó convirtiéndose en un comic de gran difusión.

Popeye —el protagonista—, ingería unas espinacas cuando era inminente su fracaso ante la adversidad, tonificándose de tal forma que se volvía invencible.

Matilde fue para mí, exactamente lo mismo que las espinacas milagrosas lo eran para Popeye.

Entonces, Albertito murió sin gloria y nació Alberto.

●●●

Un flautista huraño

Un flautista huraño, vivía en las calles, rehusaba ingresar a los albergues, no quería apartarse de sus bolsas de nylon llenas de fotos antiguas y trocitos de madera.

Contra todo lo supuesto, él era donante de dinero a otros mendigos que lo seguían como almas prematuramente abandonadas por sus cuerpos terrenales.

De este extraño personaje, se contaban muchas historias, leyendas urbanas, prontuarios, se le imaginaban países de origen, títulos nobiliarios y universitarios.

Lo importante era que su flauta no sonaba como otras. Él extraía sonidos que los expertos musicólogos, nunca habían escuchado.

Los sonidos tenían un matiz que podría provenir de cómo estaba fabricada, del tipo de madera o de alguna particularidad en la boca o en la técnica del bohemio intérprete.

Cierta vez, un grupo de bandoleros quiso robársela, pero los bien alimentados vagabundos, reaccionaron como un cuerpo de élite y pusieron en fuga a los ladrones.

El poder económico del flautista provenía de las limosnas recibidas en una bolsa de nylon que ponía frente a sí para quienes quisieran dejar alguna moneda.

En dos o tres horas, la bolsa se llenaba, los mendigos se arrimaban silenciosos y mirando las manos dadivosas, recibían su puñado de monedas surtidas.

Cada tanto, el sonido cambiaba tan ligeramente, que sólo dos expertos lo detectaban.

Los asombrosos sonidos de la flauta continuaron cambiando cada poco tiempo y los elegantes musicólogos prácticamente impedían con su presencia, la aproximación de la gente común.

El extraño flautista murió y, previo contrato de sustento vitalicio con el grupo de élite, el instrumento y demás pertenencias pasaron a manos de los musicólogos, quienes dentro del tubo de madera encontraron pequeñísimas estatuillas intercambiables de quienes fueran sus compañeros, amigos, socios, guardaespaldas y beneficiarios.

●●●

La naturaleza es tonta

La naturaleza comete errores o, al menos, los humanos valoramos como «accidentes naturales» los incendios forestales provocados por un rayo, o los desbordes de ríos, o los huracanes.

Ocurrió una tarde primaveral, cuando yo había resuelto hacer un postgrado vital al salir de la universidad, con un título de ingeniero químico y otro de desorientado.

Me pareció que lo mejor era deambular por los solitarios bosques que están entre Estados Unidos y Canadá.

Durante un idílico atardecer, comprendí que un alce hembra (imagen) había entrado en celo porque los machos comenzaron a llegar de todos lados y a rodearla levantando el hocico para aspirar más intensamente el cautivante perfume que ella emitía por todo su cuerpo, invitando genéricamente a la cópula.

No pasó mucho tiempo cuando uno de los invitados pretendió aprovechar la atractiva oferta.

Eso provocó la decisión de otro, que se estaba tomando su tiempo pensando vaya uno a saber en qué.

Embistió al apasionado congénere y lo apartó de la dama.

La sorpresa, la furia y la frustración, provocaron una tremenda devolución vengativa.

Los otros, que seguían cargando sus vesículas seminales inspirados por el aroma corporal del alce hembra, vieron que los acontecimientos se precipitaban y rápidamente comenzaron a batallar, cada uno por sus propios intereses, puesto que ahí no había bandos sino individuos que sólo quería eyacular dentro de la diva.

Sin embargo, el macho triunfador fue aquél que había tomado la iniciativa.

Cuando —según los usos y costumbres de esta especie—, el capeón demostró ser superior, los otros tomaron respetable distancia y permitieron que el ganador recibiera su merecido trofeo.

Una vez que tuvo su orgasmo, llenando todos los rincones del valle con estruendosos bufidos, se retiró demostrando estar completamente extenuado.

Me pareció que los otros alces se miraban entre sí como preguntándose «¿tú estás pensando lo mismo que yo?».

Así fue que hubo uno que se acercó por detrás del ganador, olió sus ijares, seguramente saturados del excitante aroma por haberse refregado contra la hembra, y, no pudiendo controlar su instinto, penetró por el ano al exhausto padrillo.

Sus gritos ahora pasaron a ser agónicos o reivindicativos.

Así fueron descargando sus vesículas seminales uno tras otro los alces postergados, a tal punto que al capeón comenzó a salírsele parte del recto hacia afuera.

Los pájaros oportunistas, no tardaron en alimentarse con tan rico manjar, provocando en el ganador gestos de arrepentimiento, desdicha y agobio.

Entendí entonces, que la naturaleza no es tan sabia como se dice.

●●●

Ofensa terminal

— (Con voz dubitativa) Hola.

— (Con voz muy baja) Hola, Mercedes.

— ¿Qué hacés ahí? Te habían dado 30 años. ¿Te escapaste?

— Me mandaron para mi casa. Creo que esta semana parto para el cementerio.

— ¿Qué pavadas estás diciendo? ¿Te escapaste?

— Tengo cáncer hasta en las uñas, me cuesta hablar, me duele todo. Me muero, hija de puta.

— (Ligeramente burlona) Bueno, me alegro de que revientes y me alegro de que te hayan acortado la condena, ¡jaja!

— Esta será la última vez que me perjudiques. La primera vez me tuvieron dos años preso por culpa tuya y ahora te perfeccionaste.

— Bueno, tenés que reconocer que no me salió tan mal. Además de salvar a alguien que no tiene antecedentes, vos igual te ibas a morir, con o sin acusación injusta.

— No entiendo porqué me tenés tanto odio. Jamás te hice daño, nunca te dejé plantada como tu amante, te fui fiel, honesto contigo. ¿Por qué me acusaste?

— Sos tan imbécil que no entendés nada. ¿Te acordás que cuando cumplí 32 años, vino mi viejo después de cinco años de ausencia?

— (Ahora balbuceando con un hilo de voz) ¿Qué pasa con eso?

— Que vos te tomaste unas copas de más y no tuviste mejor idea que tratarme como a una estúpida delante de él. Justo el día de mi cumpleaños y delante de él.

— No me acuerdo, ¿pero por esa ofensa me acusaste de haber estrangulado a Matilde?

— (Con furia) ¡Vos te regalaste! Siempre abriendo la boca, no tenías coartada y Ramiro me hizo un favor. Además no tiene antecedentes. Está limpio y lo amo.

— ¿Vos te ofendiste porque te traté de tarada delante de tu padre y por eso me mandaste 30 años a la cárcel? ¿No te parece una desproporción?

— (Jactanciosa)Tenés que saber que conmigo no se juega. ¡El que las hace las paga!

— (Ahora con tono y volumen normales) Mercedes, estoy en mi casa para que creyeras la historia que te conté. Tu declaración fue escuchada por un abogado, un escribano, un fiscal de corte y los cuatro guardias que me custodian. Vestite linda que en un rato recibirás un patrullero que te llevará a pasear.

— (Silencio).

(Telón rápido).

●●●

Los sueños de Tamal

No sé su nombre, pero todos le decían Tamal.

Cuando tenía probablemente seis o siete años, alguien de un circo gritó ese nombre justo cuando él se asomó para curiosear por una rendija de la carpa.

Los que ensayaban se rieron de su cara de asombro y comenzaron a decir «¡Ven Tamal!», «¡Únete a nosotros!», «¡Te divertirás!».

El chico no estaba interesado en los artistas sino en los animales. Sentía una fuerte atracción hacia ellos y —como siempre ocurre—, los animales dejaban que él se acercara. Inclusive los peligrosos.

Lo conocí cierta vez que tuve una actitud poco frecuente en mí: lo invité a desayunar en el bar al que entró a pedir limosna.

Contra mi suposición, comió lo que comería cualquier chico de su edad a quien nunca le falta la comida.

Tenía una pésima costumbre: no podía parar de balancear las piernas y me golpeó infinitas veces, a pesar de pedirle que dejara de hacerlo.

Le hice preguntas clásicas (¿cómo te llamas?, ¿dónde vives?, ¿tienes hermanos?), que él contestaba con poco interés.

Me hizo preguntas esperables (¿qué edad tienes?, ¿en qué trabajas?, ¿tienes hijos?).

Cuando le dije que soy psicoanalista, no me entendió y se me ocurrió decirle que me dedico a interpretar los sueños de las personas.

— Yo sueño que veo todo desde alturas diferentes, —me dijo, imaginando que eso era fácil de entender para mí.

Le pregunté si recordaba alguno y me contó varios, uno tras otro, con lujo de detalles, sin vacilar y con gran entusiasmo.

Eran sueños de angustia (miedo, persecución, el corazón que late a prisa) y unos pocos, sobre juegos (correr, revolcarse, zambullirse).

La característica más significativa para mí, fue que no tenían incoherencia onírica.

Desayunamos muchas veces juntos y confirmé que soñaba lo que estaba en la mente de los animales con los que se vinculaba.

No presenté el caso porque ningún colega me hubiera creído.

●●●

viernes, 1 de octubre de 2010

La verdad de la milanesa

— ¡Hola! ¿Mamá?

— ¿Qué hacés a esta hora Nene?

— Escuchame, necesito que me des un dato de una garantía que está en el cajón del armario de la cocina donde guardamos todos los recibos.

— A bueno, esperá que voy a buscar los lentes.

— Mamá, los tenés colgados del cuello; apurate que te estoy hablando por el celular.

— Ay, tenés razón, los tengo acá. ¿Qué papel me dijiste? ¿Dónde me dijiste que busque?

— En el cajón izquierdo del armario de la cocina. El cajón izquierdo es el que está más cerca de la pileta de la mesada. ¿Lo abriste ya?

— Sí, ya lo abrí. ¿Qué papel me dijiste?

— Es un papel grande y verdecito. Es la garantía de la computadora que me entregaron hace cuatro días. Leeme el número rojo que tiene arriba de todo.

— Pará Nene, acá veo una factura de Antel, una factura de UTE ... ah, esta debe ser la celestita, ¿es de «La casa del consolador»?

— ¿Qué estás buscando mamá? Esa factura de «La casa del condensador» tiene como un mes y la que yo te pido tiene que estar arriba de todo porque la puse hace cuatro días. Es la garantía de la computadora, ¡no me digas que se perdió que me muero!

— No te pongas nervioso que en esta casa nunca se pierde nada. Recién estuve hablando con tu tía Maruja. Está cada vez más lela, pobre, fijate que ...

— Me contás esta noche. Encontrame la garantía ¡por favor!

— Che, pero que raro. ¿La habrás puesto acá? Acá nunca se pierde nada. ....
.... A ver, pará. Sí, creo que la encontré. ¿Verdecita, me dijiste? A sí, ya sé, ¿qué querés que te lea a ver si puedo?

— ¿Dónde la encontraste, mamá?

— ¿Qué dato me pediste que te diera?

— Leeme el número rojo que está arriba de todo.

— Dice dos mil ochocientos quince. ¿Anotaste?

— Sí, pero ¿dónde estaba?

— Lo que pasa que tu hermana se olvidó de comprar el papel absorbente y vos sos el que más protesta cuando las milanesas me quedan aceitosas. Pero quedate tranquilo que ya está todo solucionado.

— Si, mamá. Gracias. Te mando un beso. Chau.

— Chau, Nene. No vengas tarde... Me parece que se cortó.

●●●

viernes, 17 de septiembre de 2010

El pene de madera

Día tras día, Ramírez espera a que el Gallego abra el boliche porque quiere asegurarse el lugar de siempre, para tomar un capuchino con dos pan-con-grasa, para mirar cómo pasa la vida por la ventana y tener la certeza de no pensar en nada.

Si algún día no pudiera realizar este rito, padecería una descompensación mental irreversible.

Ernesto no. Es un tipo que a veces viene temprano, otras veces viene más tarde y otras no viene ... o viene tan tarde que no se encuentran.

Ramírez funciona como una pieza más del sistema solar mientras que Ernesto se parece más a una bolsa de nylon en un día de viento.

Esta vez se encontraron y dialogaron.

— ¿Viste quien murió ayer?

— No.

— El Alemán Gottlieb.

— Me alegro. Era un hijo de puta.

— Se lo comió el bicho.

— Vos estás como esos periodistas que titulan: «A los 92 años, dejó de existir Fulanito, víctima de una cruel enfermedad». A esa lacra hace años que se le venció la garantía ...

— Si, no, pero el viejo fumaba mucho...

— Ernesto, te hablo con propiedad porque nadie es más cagón que yo, pero decir que se murió porque fumaba equivale a decir que los que no fuman son inmortales. ¡Dejate de joder!

— Sí, está bien, pero yo me doy cuenta que me está matando de a poco. No puedo correr ni tres baldosas y los gargajos madrugadores podrían ocultar esas tres baldosas, ¡yo que sé! ¡me está matando!

— Pero ¿te gusta o no te gusta fumar?

— Sí, pero me está matando. Todos los médicos dicen que hace un mal horrible.

— Claro, pero no decís que a los médicos les va bien sólo cuando a vos te va mal. ¿O pensás que son tarados los tipos? Se enfundan en una bata blanca recién planchada y con la mejor cara de orto, te convencen de algo que les sirva a ellos.

¡Pensá un poquito Ernesto! ¿Por qué suponés que yo dejé de fumar hace como cuatro años? ¡Porque esos soretes me hicieron la cabeza!

Mañana dicen que coger trae caspa y capaz que me hago cortar la verga por un carpintero.

— Cuando hablás en serio tenés razón, pero …

●●●

martes, 31 de agosto de 2010

Negocios con el exterior

I

Roberto y Beatriz se conocieron en el liceo y primero fueron íntimamente indiferentes aunque externamente amables porque ella bailaba muy bien y él (a veces) usaba el auto del padre.

Él no estaba interesado en ella porque era gordita y pecosa y ella no estaba interesada en él porque lo consideraba demasiado arrogante.

Pero en la reunión que hicieron para festejar los dieciocho de él, hubo un extraño click. Algo así como si hasta ese día hubieran estado ocultándose lo que al otro más le gustaba.

Ella, no solamente bailaba muy bien sino que al sonreír se le marcaban unos increíbles pocitos cerca de la boca.

Él tenía un sentido del humor que a ella la hacía reír, con lo cual se le formaban los hoyitos ... y así sucesivamente.

Lo demás sucedió sólo. Se enamoraron, estuvieron ennoviados un tiempo, se casaron muy ilusionados, y fueron los papás de Martín y Amparo. Los cuatro parecían sacados de una comedia cinematográfica. Un verdadero modelo que todos tomaban como ejemplo para sus hijos solteros.

II

El matrimonio Forné-Olascoaga estuvo así hasta que Martín y Amparo cumplieron los cuatro y tres años, hasta que los domingos empezaron a resultar aburridores, hasta que también lo fueron los sábados y hasta que las vacaciones eran temibles.

Algo se había roto. Los hoyitos y los chistes perdieron su eficacia. La gordita que bailaba bien ahora era la gorda y el humorista sólo funcionaba con escocés sin hielo.

Un extraño a la familia hubiera notado que en ciertos momentos, todos se miraban en forma interrogativa. Como si la natural incertidumbre hacia el futuro, ahí funcionara en un presente continuo.

III

Cuando organizaron una fiestita para los allegados con motivo del próximo ingreso de Martín a la escuela (nadie festejaba este tipo de acontecimientos, pero, así lo hicieron), Roberto y Beatriz tuvieron la secreta esperanza de que surgiera algún tema referido a las dificultades matrimoniales, ya que a la reunión fueron invitados los amigos adultos, casados con hijos pequeños, pero sobre todo por considerarlos exitosos en la vida matrimonial.

Maldijeron la mala suerte. Uno de los que estaba invitado cayó preso por estafa y éste fue el único tema que se trató durante las dos o tres horas que duró la reunión. Por suerte, los niños se organizaron enseguida y jugaron destructivamente aprovechando que ningún adulto había tomado el rol de vigilante.

Cuando se fueron los últimos, retornaron las miradas interrogativas, ahora en un hogar absolutamente devastado por la plaga infantil.

IV

Sin tocar absolutamente nada, se fueron a la cama e iniciaron la tarea de mirar el techo en silencio.

— ¿Tenés otra? —arrancó ella.

— ¿Te gusta mucho el profesor de Pilates?

— ¿Qué nos está pasando, Roberto?

— Habrán surgido nuevas necesidades que el mercado interno no pudo satisfacer.

— Es cierto que Iván es muy amable conmigo y que me alegra la vida. ¿En qué consisten tus importaciones?

— Nos gustamos con Susana Sasías. Lo descubrimos hace poco y también ella me alegra la vida.

— Susana Sasías. La más chica del farmacéutico. ¿Qué tiene ella que yo no tenga?

— Tu pregunta es muy trillada, pero igual te la respondo porque yo me pregunto lo mismo respecto a Iván. Susana Sasías hizo un postgrado erótico porque logró fugarse del proxenetismo mafioso de Milán. Te aseguro que es un grado cinco en sexualidad. Ahora decime algo de Iván.

— Iván es un hueco, infantil, que sólo piensa en su cuerpo y en cómo lograr admiración. Es bastante tonto —comparándolo contigo, claro— pero no me pidas más detalles, así conservamos la moderación.

Mientras caía sobre ellos un pesadísimo manto de mutismo, sus cabezas hacían miles de puntos aeróbicos a pesar de la más completa inmovilidad corporal. Finalmente Roberto dijo:

— Susana piensa algo que viene al caso. Según ella, la monogamia es contra natura porque nadie tiene todo lo que el otro desea. En nuestro caso, yo me enamoré de tu forma de bailar y de tus hoyitos y vos de mi sentido del humor. Todos los otros deseos creímos poder extraerlos de esos pocos rasgos fascinantes, pero la historia se encargó de demostrarnos que la ilusión tiene patas cortas.

Beatriz cargó aire como para un gran parlamento, pero apenas comentó:

— Esa imbécil tiene razón.


●●●

lunes, 9 de agosto de 2010

Los pelos de leche

— ¿Por qué te cepillás el pelo antes de acostarte?

— Porque mi mamá y mi abuela siempre me decían que de esta forma entro al mundo de los sueños con todas las ideas en orden.

— Así que tenés las ideas en el pelo.

— No: cada cabello tiene una idea o un recuerdo.

— ¿Y del lado de adentro, tenés algo?

— Del lado de adentro tengo el procesador de las ideas y de los recuerdos.

— Y qué pasa con los pelos que dejás en el lavatorio, ¿te provocan algún tipo de amnesia?

— Los cabellos que se me caen son como los dientes de leche. Se caen porque son empujados por otros cabellos nuevos.

— ¿Cómo puede ser que una mujer tan inteligente como vos, con una cultura impresionante, pueda creer semejante boludez?

— ¿Alguna vez me viste tomar un medicamento para poder dormir? ¿Has observado cómo amanece la cama cuando nos despertamos? De tu lado está toda revuelta y del mío sólo con las alteraciones que provoca tu agitación medicada.

— Yo tengo problemas para dormir desde la infancia. Mi madre se comía tremendos plantones sentada al lado de mi cama esperando que yo me durmiera.

— Yo también hasta que empecé a peinar mis recuerdos y mis ideas.

— No me entra en la cabeza que tengas semejantes ideas primitivas con todo lo que sabés de neurociencia.

— Así como existen lectores de novelas, de poesías, de cuentos, yo leo libros de ciencia porque me divierte la ingenuidad de quienes creen en la existencia de la verdad y me resuelta humorístico que pretendan accederla por medio del razonamiento. Son predilecciones. Hay literatura para todos los gustos. Tus libros de autoayuda decoran bastante bien el modular del comedor.

— No salgo de mi asombro. ¡Cómo podés lograr tanta serenidad creyendo en esas estupideces!

— Ahora terminaré de leer Cien cepilladas antes de dormir (1). Dejame besar tu preciosa boquita y después volvé a nuestro dormitorio que estoy muy cansada. ¡Sé buenita!

(1) Editorial: Emecé (2004)
Autora: MELISSA PANARELLO (16 años) - Lírica y perturbadora, dura y romántica, Cien cepilladas antes de dormir fue el debut italiano más fuerte y sorprendente de los últimos años.


●●●

sábado, 17 de julio de 2010

¡Qué sencillez complicada, Dios mío!

Ayer tuve la última sesión con mi analista. Estoy seguro de que él no puede estar atendiendo desde que le extirparon un cáncer en la lengua, porque tiene una dificultad muy severa para hablar. Trabaja porque no tiene más remedio, pero no debería.

Debe ser una enfermedad profesional, porque a Freud lo operaron más de treinta veces de cáncer en el paladar.

Hace unos años me habría dado lástima, pero no hace tanto descubrí que este sentimiento sirve para reafirmar el famoso “a mí no me va a pasar”.

Uno se cree el rey de los filántropos sintiendo lástima, pero en realidad sólo es un recurso para imaginarnos por fuera de ese grupo de riesgo.

O sea que a la lástima la tengo arrumbada, acumulando polvo junto a los Reyes Magos, al Ratón Pérez, Dios y otros inventos ansiolíticos.

Hoy ya siento como que él cayó en mi zona de indiferencia.

Tengo que hacer un cierto esfuerzo para entender por qué durante cerca de diez años estuvimos compartiendo una monocorde reiteración de sinsentidos, cargados de emoción narcisista, como una mala tragedia actuada por principiantes.

¿Qué pudo tener de interesante para este tipo, que mis mayores éxitos sexuales los haya logrado fantaseando con mi madre ... o con mi padre?; ¿... o que me portara mal sólo para que me pegaran y mi hermana me consolara apretándome contra sus hermosos senos?

¿Cómo hizo para silenciar los desorbitantes bostezos que lo acometieron? Muchas veces pensé, que permitir esta molienda sus gónadas, es mucho más sacrificado que fornicar con un desaseado pescador coreano por cien dólares.

Claro, yo me fijo en él, pero ¿que podría decirse de mí? ¿Por qué estuve durante casi diez años contándole a un desconocido las fantasías que me atormentaban con sobredosis de culpa?

Este exorcismo me costó doce mil noventa y seis dólares, con los cuales podría haber hecho un viaje alrededor del mundo, o comprado mucha ropa de marca en Club House o Julio Zelman, o una computadora portable Machintosh con todos los chiches, o un televisor flat de cincuenta y dos pulgadas con equipo de audio cuadrafónico y lectograbador de DVD, todo marca Sony, o cambiado el auto en Silca por un cero kilómetro, o redecorado mi casa en Vivai, Porto o Walmer, u organizado una fiesta para quinientas personas en Punta Cala.

Lo único novedoso que encontré de mí en estos casi diez años de análisis, es que soy una lesbiana felizmente instalada en el cuerpo de un hombre.

●●●

sábado, 3 de julio de 2010

¡Marchen tres mujeres! Salen con fritas

Mi mamá: ¡Siempre pendiente del «qué dirán» ... la madre y la hermana mayor!

Este fue el Comité de Bienvenida que me tocó en suerte cuando caí a este planeta seco, frío, ruidoso, lleno de carencias.

¡Qué mujeres insufribles y besuconas! Todo el mundo se llena la boca diciendo que «madre hay una sola». No es mi caso.

Yo fui criado por un triunvirato pollerudo, contradictorio, malavenido, con una biblioteca por cabeza sobre cómo criar a un niño tan precioso y «lleno de gracia y maldades que nosotras sabremos corregir» ... para que se convierta en «un hombre de bien».

Desde acá abajo les veo los agujeros nasales y otras cosas alrededor. La misma escena que después fui viendo con creciente alivio a medida que se fueron muriendo y desde el pie del féretro, no podía de dejar de mirar esas fosas nasales que me mantuvieron enterrado durante años y años.

¡Cómo me rompieron las pelotas estas tipas tan llenas de amor! ¡Cuántos regalos tuve que agradecer, usar y hacer como que disfrutaba!

El triunvirato se había repartido las tareas: Mi mamá se encargaba de mis enfermedades, así que como nací muy sanito, tuve poco contacto con ella, lo cual creo que la frustró bastante porque amaba todo lo enfermo. Sus temas de conversación eran sobre curaciones, mejorías, intervenciones, salas de espera, dieta, y otras maravillas de ese hedonismo tan personal con el que se manejaba.

Mi tía Élida se encargaba de convertirme en un soldado al servicio de cuanto ideal represor anduviera en la vuelta: catolicismo, medicina preventiva, higiene, ortografía, moral cívica, disciplina, ejercicios físicos, vidas ejemplares de pelotudos célebres en general.

Mi abuelita, ¡qué amorosa! tenía a su cargo mi alimentación, que ahora que no está me animo a tipificar como «ensañamiento alimenticio». También me exigía regularidad intestinal … con o sin enema. Según mi analista esta vieja me violaba a la sordina y ni se sabe los líos que hoy tengo en la cabeza con la homofobia.

¿Vos querés saber algo de mi padre? ¡ja! somos dos.

●●●

Enriquecimiento de mi relato a costa del escritor argentino Roberto Fontanarrosa (1944-2007): "[…] Mi padre murió. Y mi madre fue incapaz de continuar en la vida sin su pareja, murió también, posiblemente de tristeza 24 años después. Ella, sin duda, no soportó la muerte de su compañero, de la misma forma en que mi padre no la soportaba a ella." (Fragmento del cuento «Vidas ejemplares»).

domingo, 20 de junio de 2010

Poder es querer

El revólver de la abuela puedo usarlo para sacar corriendo a la barra de las viviendas cuando quieren usar mi cuadra para llegar al campito de los circos.

Cuando Julio sepa lo que conseguí, se va a poner otra vez de mi lado. Desde que lo invité a boxear y me ganó, dejé de ser su mejor amigo y empezó a verduguearme (atormentar, humillar).

Con este revólver maravilloso podré hacer lo mismo que hacen los cobois (cowboys) que lee mi papá en las novelas.

Él siempre me cuenta cómo los más crá (cracks, diestros) pueden pegarle un tiro entre las cejas a los malos ¡sin desenfundar! Yo creo que sé como se hace porque estuve practicando delante del espejo del ropero ¡y me sale igualito!

Además me parece que Albita también se va a enamorar de mí cuando vea que tengo este revólver todo cromado. Seguro que se va a venir conmigo y que lo va a dejar a Enrique, por más bizcochos que él le compre con la plata que le roba al padre cuando viene a comer al mediodía.

Capaz que el que manda en la cuadra puedo ser yo, porque Julio es más alto pero no tiene revólver. Si yo pudiera ser el jefe de la barra, entonces Albita seguro que se arregla (ennovia) conmigo y hasta capaz que me invita a tomar la leche en la casa sin que la madre sepa que ahora es mi mujer.

Después también Ruben me va a prestar la bici (bicicleta) que hoy sólo le está prestando a Julio porque es el jefe, pero si yo paso a ser el que manda más, seguro que me la presta a mí.

Cuando me la preste voy a poder hacer la palomita parado en el asiento. ¡Qué bueno estaría que justo saliera Albita y me viera! ¡Quedaría re-metida (enamorada) conmigo! Yo sé bien cómo se hace porque aprendí de un equilibrista buenísimo que vino con un circo y cuando lo practiqué delante del espejo arriba del taburete, ¡me salió igualito!

Como Albita lo va a dejar a Enrique para arreglarse conmigo y él ya no le va a comprar más bizcochos, le voy a decir que con la plata que le roba al padre tiene que comprarme los fulminantes.

●●●

domingo, 6 de junio de 2010

Lo paterno

Mientras esperamos que oscurezca un poco más, les voy a contar la historia que le escuché a Rogelio, por lejos el mejor amigo de mi padre, cuando yo era un gurí (1) como ustedes, y me acompañó en mi primera visita al prostíbulo del pueblo, tal como nosotros iremos en un ratito. ... Sí, yo también estaba nervioso.

...pero, les cuento, los hechos habrían ocurrido en Montevideo, allá por 1955.

Benito Gurméndez era un rico hacendado que estaba incursionando en la política nacional, usando el ruidoso sendero de la agresión verbal.

Aburrido de que sus negocios agropecuarios pasaran por un interminable período de auge, se había quedado sin desafíos y buscaba en el protagonismo mediático una descarga a tanta energía acumulada.

………

Dante Loyarte estaba convencido de que algún día sería famoso como poeta, aunque ya había logrado hasta la adhesión de su madre al coro de hermanas y primas que no se cansaban de decirle en la cara: «¡sos un bueno para nada!», «¡un inútil!», «¡un vago!», «¡un clavo remachado!».

No sabían estas mujeres que Loyarte interpretaba estas diatribas como el antecedente infaltable en todo éxito fulgurante.

………

Benito Gurméndez se manejaba con una bibliografía básica: Maquiavelo y Goebbels.

Apelar a la paranoia y la credulidad de las masas, era la receta elegida por él.

Había encontrado dos o tres teorías conspirativas que referían a los gobernantes de turno, y con ellas había logrado que todo el periodismo —radial y escrito— lo prefiriera porque sus opiniones siempre escandalizaban.

………

Caminaba Loyarte por 18 de Julio (2), cuando al ingresar a la Plaza Independencia (imagen), vio sorprendido que una cantidad de hombres se le abalanzan con gesto voraz.

El pánico lo inmovilizó, pero en segundos comprendió que a su lado estaba otro transeúnte, —un señor de escasa estatura y de aspecto distinguido—, que se aprestaba a recibir a esa jauría de reporteros con gesto complacido.

El alma le volvió al cuerpo y comenzó a divertirse con este espectáculo insólito para su existencia bohemia y solitaria.

El asedio se volvió excesivo y el pequeño señor empezó a dar señales de que le faltaba el aire.

Normal en Loyarte, atinó a sacarse el sobrero y comenzó a abanicarlo, por lo que Benito Gurméndez lo miró con un gesto de infinita gratitud bajo una lluvia de flashes.

………

Otro entretenimiento para Gurméndez, eran sus conversaciones con un publicista norteamericano que tenía viviendo —a todo confort y con dedicación total—, en el Hotel Victoria Plaza.

Con él forjaba otro gran emprendimiento: convertir a este pequeño país en una réplica —a escala— de aquella nación que Hollywood le había mostrado tan bien maquillado como una novia en su boda.

Las notas gráficas que habían poblado las páginas de todos los diarios tenían a un Gurméndez señorial junto a un típico nativo, conformando una única imagen de estética insuperable.

Cuando el experto norteamericano le hizo ver a Gurméndez que aquella mirada de gratitud al divertido Loyarte, había sido subtitulada por los medios de prensa, como «El encanto de un gran señor por este típico representante del pueblo uruguayo», le describió y diagnosticó en términos semióticos:

«Todas las fotos son publicitariamente fantásticas porque ya están anunciando cómo aquella utopía de fusionar dos culturas y clases sociales muy diferentes, no solamente es posible sino que también son tan idílicas como para mover inconteniblemente a legiones de seguidores fanatizados por este mesías que, por fin, se había decidido a llevar a la plena felicidad a su pueblo elegido».

Nuevamente la valoración del publicista resultaba convincente para Gurméndez quien, como hombre de acción, se puso en campaña para ubicar «sí o sí» a esa imprescindible otra mitad de la imagen vendedora.

………

Serían las diez y pico de la mañana cuando la hermana mayor llamó al dormitorio de Loyarte.

Él se despertó extrañado, porque ya había logrado que toda la familia renunciara a modificar sus hábitos de descanso ... y de alimentación y de vestimenta y de trabajo.

¡Qué!» —gritó desafinado. — Unos señores te buscan —dijo ella, con voz de mala noticia.

Aún no sabía Loyarte, que su vida cambiaría para siempre.

……

Pero ¡bueno! ya oscureció lo suficiente y nos conviene ser de los primeros para que las chiquilinas estén bien descansadas. ¡Las maravillas que van a conocer! ¡Humm, siento como que le estoy pagando a Rogelio la gauchada (3) que me hizo!

(1) En Argentina y Uruguay: niño, muchacho.

(2) Avenida importante de la ciudad de Montevideo.

(3) Favor ocasional, hecho con buena disposición.

●●●

Asesoramiento desde la fantasía


José María es un Ingeniero en Sistemas. Cursó esta carrera porque tiene fama de ser muy difícil, engorrosa y aburrida, pero sobre todo porque la madre siempre quiso tener por lo menos un hijo ingeniero, aunque los demás fueran todos empleados públicos.

Siempre está bien informado, posee capacidad de mando y baila muy bien.

Las mujeres lo miran y comentan ... pero a él no le interesa qué comentan porque sólo le preocuparía la indiferencia.

Con su novia es atento en público, aunque un poquito violento y tiránico en la intimidad, ya que en su grupo de pertenencia se cultiva esta duplicidad.

Ella lo maneja bastante bien porque sabe poner cara de «¡cómo te amo José María!» delante de la gente y cara de «¡cuánta lástima te tengo!», cuando él la destrata en la intimidad.

El discurso gestual de María José es muy eficaz. En esto se parece a Meg Ryan (imagen).

Como hijo de padres divorciados, es un gran negociador y sabe aprovecharse de las dificultades del otro.

Desde su más tierna infancia comenzó a desarrollar el arte del chantaje emocional, pero su fuerte son el soborno y la extorsión. Si alguien me dijera que fue él quien provocó la separación de sus padres, no tendría argumentos para rebatirlo.

Desde el punto de vista laboral siempre mantuvo un bajo perfil ante sus pares, aunque sabe ser muy seductor con sus clientes.

Con María José suelen organizar reuniones con una o dos parejas más, en su coqueto apartamento con vista al campo de golf, que en realidad pertenece a su padre —la mamá se encarga de pagar los gastos comunes—.

Carece de talento como humorista, pero al contar ciertos chistes famosos, los termina con una carcajada tan pegadiza como un bostezo.

También plagia algunas frases:

• La experiencia es un peine que te da la vida cuando ya estás pelado.
• Prefiero pedir disculpas antes que pedir permiso.
• La peor manera de perder el tiempo es llegar en hora.
• La guerra ha demostrado ser partera del progreso.
• Voy a vivir de mis viejos hasta que mis hijos puedan mantenerme.


Cuando yo era niño, viví en un edificio habitado solamente por gente mayor.

Aquella soledad quedó resuelta con este José María que acabo de presentarles: mi gran amigo imaginario.

Ahora que soy adulto y vivo rodeado de gente, no puedo prescindir de su asesoramiento.

●●●

sábado, 5 de junio de 2010

Cien-tí-fica-mente

— ¡Hola! ¡Hola! ¿Malena? Soy Beatriz.
— ¿Qué pasó Beatriz a esta hora? Acá son las doce de la noche.
— Disculpame, no me acostumbro a la diferencia horaria, pero necesito contarte que me estoy divorciando de Ruben.
— ¡No puede ser, si es un tipo fenómeno! ¿Qué les pasó?
— Lo de siempre: me engaña con una compañera de trabajo.
— Bea, ¿podemos hablar el sábado por el chat? Te juro que estoy muerta de cansada y no puedo atenderte como te merecés. ¿Puede ser?
— Sí, disculpame. Nos hablamos el sábado.
— ¡Suerte Beatriz! Y realmente te juro que lo lamento muchísimo. Por vos y por él que me parecía flor de tipo.
— Un beso. Chau! Y disculpá la hora, eh!
— ¡Vale! Un beso.

…………

— ¡Hola! ¿Papá? Soy Beatriz, ¿podés hablar?
— Justo empezó el informativo, pero decime ¿qué necesitás?
— Empecé los trámites para divorciarme de Ruben.
— ¡Uuuh! ¡Qué macana! ... ¿Te puedo pasar con tu madre que me está haciendo una señas que no le entiendo nada?
— Sí, dame con ella.
— Bueno, te paso y lo lamento mucho. ¡Suerte!
— (Alarmada) ¿Qué pasa Nena?
— Empecé el divorcio, mamá.
— (Con voz quebrada) ¡Qué horrible! ¿Qué sucedió?
— Lo clásico. Excepto papá, todos los hombres son iguales. Lo pesqué saliendo con una compañera de trabajo y tuvo que confesarme todo.
— (Ahora con furia incipiente) Yo nunca te quise decir nada, pero ese muchacho no era para vos. Tiene toda la pinta de ser flor de zorro. ¡Hacés bien nena! ¡Ese sujeto no te merece!
— Bueno ma, quería que fueran los primeros en saberlo. Veremos cómo me arreglo. Te mando un beso.
— Ya sabés que siempre podés contar con nosotros para lo que sea. ¡Suerte nena! ¡Te queremos mucho!
— Gracias, mami. Mañana la seguimos. Te mando un beso grandote.
— Otro para vos. Chau.

………

— ¡Hola! ¿Ruben?
— ¿Y quién va a ser boluda? Me estás llamando al celular.
— Escuchame Ruben, ¡lo nuestro no da para más! Me quiero divorciar de vos.
— (Furioso y reivindicativo) Pero decime una cosa, ¿vos me viste cara de imbécil a mi? ¿Te crees que yo me divorciaría de una tipa que tenga tu cuerpo? ¿Tenés alguna idea de cuánto valen tus piernas, tus caderas, tu culo, tu cintura? Con la calentura que tengo contigo, yo y todos los del edificio y los de la cuadra y los de la manzana, sin distingo de edades o género, ¿pensás que yo te dejaría en banda para que te enganches con algún idiota, que se comporte como un cura pero que no valore lo genial que sos como mina? (Aún más agresivo) Y aunque a la postre no me importe, también te lo tengo que decir: con ese maridito modelo, te doy poco tiempo para que te conviertas en una gorda celulítica y chancletuda. Así que mi respuesta es: ¡No! ¡Ni loco! ¡Antes muerto! Ahí está, ves, te hago un ofrecimiento razonable e inteligente: ¿por qué no me pedís la viudez en lugar del divorcio? (En tono ligeramente más conciliador) ¿Por qué no te venís con todas las armas que tenés y tratás de matarme y que parezca un accidente? ¡Jugatelá chiquita! Subí ahora y liberate de mí con todo tu arsenal. Pero eso sí: venite preparada porque me voy a defender como gato entre la leña. Acá tenemos un ring de dos plazas, ideal para este tipo de homicidios.

………

Beatriz entra al dormitorio sin ropa y el cuerpo de Ruben reacciona antes que él. Aún más demoledor que el primero, el segundo golpe se produjo cuando el perfume irrigó su cerebro.

………

(El lector podrá recurrir a su álbum de imágenes visuales y acústicas para insertar aquí aquellas que mejor se adecuen al contexto sugerido)

………


Dieciséis años después, Ruben hacía un tiempo que había constatado empíricamente que «Beatriz es la mina» y ya no tenía necesidad de continuar tan concienzuda prospección. Por su parte Beatriz, se sintió habilitada para realizar sus propias investigaciones de campo, aunque para llegar a la conclusión de que «Ruben es un divino», le resultó suficiente el relevamiento de una casuística menos numerosa.


●●●