La naturaleza comete errores o, al menos, los humanos valoramos como «accidentes naturales» los incendios forestales provocados por un rayo, o los desbordes de ríos, o los huracanes.
Ocurrió una tarde primaveral, cuando yo había resuelto hacer un postgrado vital al salir de la universidad, con un título de ingeniero químico y otro de desorientado.
Me pareció que lo mejor era deambular por los solitarios bosques que están entre Estados Unidos y Canadá.
Durante un idílico atardecer, comprendí que un alce hembra (imagen) había entrado en celo porque los machos comenzaron a llegar de todos lados y a rodearla levantando el hocico para aspirar más intensamente el cautivante perfume que ella emitía por todo su cuerpo, invitando genéricamente a la cópula.
No pasó mucho tiempo cuando uno de los invitados pretendió aprovechar la atractiva oferta.
Eso provocó la decisión de otro, que se estaba tomando su tiempo pensando vaya uno a saber en qué.
Embistió al apasionado congénere y lo apartó de la dama.
La sorpresa, la furia y la frustración, provocaron una tremenda devolución vengativa.
Los otros, que seguían cargando sus vesículas seminales inspirados por el aroma corporal del alce hembra, vieron que los acontecimientos se precipitaban y rápidamente comenzaron a batallar, cada uno por sus propios intereses, puesto que ahí no había bandos sino individuos que sólo quería eyacular dentro de la diva.
Sin embargo, el macho triunfador fue aquél que había tomado la iniciativa.
Cuando —según los usos y costumbres de esta especie—, el capeón demostró ser superior, los otros tomaron respetable distancia y permitieron que el ganador recibiera su merecido trofeo.
Una vez que tuvo su orgasmo, llenando todos los rincones del valle con estruendosos bufidos, se retiró demostrando estar completamente extenuado.
Me pareció que los otros alces se miraban entre sí como preguntándose «¿tú estás pensando lo mismo que yo?».
Así fue que hubo uno que se acercó por detrás del ganador, olió sus ijares, seguramente saturados del excitante aroma por haberse refregado contra la hembra, y, no pudiendo controlar su instinto, penetró por el ano al exhausto padrillo.
Sus gritos ahora pasaron a ser agónicos o reivindicativos.
Así fueron descargando sus vesículas seminales uno tras otro los alces postergados, a tal punto que al capeón comenzó a salírsele parte del recto hacia afuera.
Los pájaros oportunistas, no tardaron en alimentarse con tan rico manjar, provocando en el ganador gestos de arrepentimiento, desdicha y agobio.
Entendí entonces, que la naturaleza no es tan sabia como se dice.
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sábado, 20 de noviembre de 2010
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