viernes, 4 de julio de 2014

El huracán Natalia



Las entradas para ver a Natalia se agotaron dos horas antes de que comenzara puntualmente el espectáculo.

La edad promedio de los asistentes era de unos 25-30 años y habían concurrido con vestimenta cómoda pero moderadamente elegante.

Luego de un teatral apagón de cinco segundos, estallaron las luces y la orquesta provocando un verdadero tsumani sanguíneo en cada unos de los 11.000 espectadores.

El show tenía una duración prevista de solo 45 minutos como era habitual en Natalia. Por eso —y para que los asistentes pudieran desplegar el incontenible deseo de bailar de los diez temas que estaban programados— no había asientos.

Ese primer tema, sólo instrumental y lumínico —Superlight at night—, predispuso al auditorio y algunos empezaron a sacarse la ropa de abrigo.

Antes de que se calmaran los ánimos, oímos el primer grito electrizante de Natalia, característico del tema The shout of the tigers.

Ingresó al escenario cantándolo y la locura fue total.

A la orquesta todavía le quedaba mayor volumen para agregar a sus instrumentos, sin quedarse atrás del arrasador caudal de voz de la cantante.

Aunque el comienzo fue muy arriba, Natalia y su orquesta lograron subirlo más y más, provocando en los espectadores gritos, saltos, abrazos, muchas lágrimas incontenibles de las más sensibles y sobre todo un coro que hubiera puesto la carne de gallina al mismísimo Beethoven.

El décimo y último tema, We make the show, el más pegadizo y bailable de los clásicos de Natalia, fue en su versión extendida (6 minutos) y le dio al espectáculo un broche de oro que difícilmente podremos olvidar quienes tuvimos la suerte de participar en este gran despliegue de alegría, armonía, luz, color, ritmo, buen gusto y perfecto control de la desbordante algarabía que provoca la potente voz de ella.

Esta vez, el escenario estaba preparado para que la figura de Natalia se fuera perdiendo en una densa neblina multicolor, saludándonos con carismática sonrisa desde su silla de ruedas.