lunes, 7 de octubre de 2013

Doña Flor y sus 4.000 maridos



Interpretando un sueño bastante poco común en mí, llegué a la conclusión de que deseo ser la abeja reina de la ciudad donde vivo.

Veníamos trabajando en mi análisis sobre la relación ambivalente que tengo con mi ginecólogo. Todo comenzó cuando la analista me preguntó algo así como «¿por qué es tan obvio para usted que debe atenderse con un ginecólogo y no con una ginecóloga?».

Esta pregunta me desencadenó una cantidad de conclusiones que hoy en día terminaron en que quiero ser una abeja reina.

El sueño, más la pregunta, me llevaron a entender que en realidad quiero que ese hombre sea el representante de todos los hombres de la ciudad y que todos deseen mi cuerpo para tener hijos conmigo.

Estoy harta de tener que ir a trabajar, me molesta sobremanera tener que luchar, hombro con hombro, con otros hombres (¡cuántas palabras parecidas!), sin poder tomar el rol para el que mi deseo siente que estoy destinada: Ser la Eva de la humanidad, la madre de todos los nuevos seres. Quiero tener el monopolio de la maternidad.

¡No vayan a pensar que soy tonta! Al igual que la abeja reina quiero que me atiendan permanentemente, que se dediquen a cuidarme, que se preocupen en todo momento de que no me falte nada. Quiero que me mimen, que me miren (¡más palabras parecidas!).

Por eso quiero un ginecólogo varón, por eso vivo consultándolo, por eso los días que tengo cita con él son un hito importante en mi vida: me pongo nerviosa cuando me mira la vagina, cuando me la abre, cuando me penetra con su mirada hasta lugares a los que mi propio marido nunca llegó.

¡Pero atención, chicas! Miren que la analista ya me aseguró que no estoy loca sino que esto lo piensan casi todas, sólo que lo procesan en un nivel inconsciente porque a nivel consciente da mucha vergüenza.