martes, 31 de agosto de 2010

Negocios con el exterior

I

Roberto y Beatriz se conocieron en el liceo y primero fueron íntimamente indiferentes aunque externamente amables porque ella bailaba muy bien y él (a veces) usaba el auto del padre.

Él no estaba interesado en ella porque era gordita y pecosa y ella no estaba interesada en él porque lo consideraba demasiado arrogante.

Pero en la reunión que hicieron para festejar los dieciocho de él, hubo un extraño click. Algo así como si hasta ese día hubieran estado ocultándose lo que al otro más le gustaba.

Ella, no solamente bailaba muy bien sino que al sonreír se le marcaban unos increíbles pocitos cerca de la boca.

Él tenía un sentido del humor que a ella la hacía reír, con lo cual se le formaban los hoyitos ... y así sucesivamente.

Lo demás sucedió sólo. Se enamoraron, estuvieron ennoviados un tiempo, se casaron muy ilusionados, y fueron los papás de Martín y Amparo. Los cuatro parecían sacados de una comedia cinematográfica. Un verdadero modelo que todos tomaban como ejemplo para sus hijos solteros.

II

El matrimonio Forné-Olascoaga estuvo así hasta que Martín y Amparo cumplieron los cuatro y tres años, hasta que los domingos empezaron a resultar aburridores, hasta que también lo fueron los sábados y hasta que las vacaciones eran temibles.

Algo se había roto. Los hoyitos y los chistes perdieron su eficacia. La gordita que bailaba bien ahora era la gorda y el humorista sólo funcionaba con escocés sin hielo.

Un extraño a la familia hubiera notado que en ciertos momentos, todos se miraban en forma interrogativa. Como si la natural incertidumbre hacia el futuro, ahí funcionara en un presente continuo.

III

Cuando organizaron una fiestita para los allegados con motivo del próximo ingreso de Martín a la escuela (nadie festejaba este tipo de acontecimientos, pero, así lo hicieron), Roberto y Beatriz tuvieron la secreta esperanza de que surgiera algún tema referido a las dificultades matrimoniales, ya que a la reunión fueron invitados los amigos adultos, casados con hijos pequeños, pero sobre todo por considerarlos exitosos en la vida matrimonial.

Maldijeron la mala suerte. Uno de los que estaba invitado cayó preso por estafa y éste fue el único tema que se trató durante las dos o tres horas que duró la reunión. Por suerte, los niños se organizaron enseguida y jugaron destructivamente aprovechando que ningún adulto había tomado el rol de vigilante.

Cuando se fueron los últimos, retornaron las miradas interrogativas, ahora en un hogar absolutamente devastado por la plaga infantil.

IV

Sin tocar absolutamente nada, se fueron a la cama e iniciaron la tarea de mirar el techo en silencio.

— ¿Tenés otra? —arrancó ella.

— ¿Te gusta mucho el profesor de Pilates?

— ¿Qué nos está pasando, Roberto?

— Habrán surgido nuevas necesidades que el mercado interno no pudo satisfacer.

— Es cierto que Iván es muy amable conmigo y que me alegra la vida. ¿En qué consisten tus importaciones?

— Nos gustamos con Susana Sasías. Lo descubrimos hace poco y también ella me alegra la vida.

— Susana Sasías. La más chica del farmacéutico. ¿Qué tiene ella que yo no tenga?

— Tu pregunta es muy trillada, pero igual te la respondo porque yo me pregunto lo mismo respecto a Iván. Susana Sasías hizo un postgrado erótico porque logró fugarse del proxenetismo mafioso de Milán. Te aseguro que es un grado cinco en sexualidad. Ahora decime algo de Iván.

— Iván es un hueco, infantil, que sólo piensa en su cuerpo y en cómo lograr admiración. Es bastante tonto —comparándolo contigo, claro— pero no me pidas más detalles, así conservamos la moderación.

Mientras caía sobre ellos un pesadísimo manto de mutismo, sus cabezas hacían miles de puntos aeróbicos a pesar de la más completa inmovilidad corporal. Finalmente Roberto dijo:

— Susana piensa algo que viene al caso. Según ella, la monogamia es contra natura porque nadie tiene todo lo que el otro desea. En nuestro caso, yo me enamoré de tu forma de bailar y de tus hoyitos y vos de mi sentido del humor. Todos los otros deseos creímos poder extraerlos de esos pocos rasgos fascinantes, pero la historia se encargó de demostrarnos que la ilusión tiene patas cortas.

Beatriz cargó aire como para un gran parlamento, pero apenas comentó:

— Esa imbécil tiene razón.


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