sábado, 17 de julio de 2010

¡Qué sencillez complicada, Dios mío!

Ayer tuve la última sesión con mi analista. Estoy seguro de que él no puede estar atendiendo desde que le extirparon un cáncer en la lengua, porque tiene una dificultad muy severa para hablar. Trabaja porque no tiene más remedio, pero no debería.

Debe ser una enfermedad profesional, porque a Freud lo operaron más de treinta veces de cáncer en el paladar.

Hace unos años me habría dado lástima, pero no hace tanto descubrí que este sentimiento sirve para reafirmar el famoso “a mí no me va a pasar”.

Uno se cree el rey de los filántropos sintiendo lástima, pero en realidad sólo es un recurso para imaginarnos por fuera de ese grupo de riesgo.

O sea que a la lástima la tengo arrumbada, acumulando polvo junto a los Reyes Magos, al Ratón Pérez, Dios y otros inventos ansiolíticos.

Hoy ya siento como que él cayó en mi zona de indiferencia.

Tengo que hacer un cierto esfuerzo para entender por qué durante cerca de diez años estuvimos compartiendo una monocorde reiteración de sinsentidos, cargados de emoción narcisista, como una mala tragedia actuada por principiantes.

¿Qué pudo tener de interesante para este tipo, que mis mayores éxitos sexuales los haya logrado fantaseando con mi madre ... o con mi padre?; ¿... o que me portara mal sólo para que me pegaran y mi hermana me consolara apretándome contra sus hermosos senos?

¿Cómo hizo para silenciar los desorbitantes bostezos que lo acometieron? Muchas veces pensé, que permitir esta molienda sus gónadas, es mucho más sacrificado que fornicar con un desaseado pescador coreano por cien dólares.

Claro, yo me fijo en él, pero ¿que podría decirse de mí? ¿Por qué estuve durante casi diez años contándole a un desconocido las fantasías que me atormentaban con sobredosis de culpa?

Este exorcismo me costó doce mil noventa y seis dólares, con los cuales podría haber hecho un viaje alrededor del mundo, o comprado mucha ropa de marca en Club House o Julio Zelman, o una computadora portable Machintosh con todos los chiches, o un televisor flat de cincuenta y dos pulgadas con equipo de audio cuadrafónico y lectograbador de DVD, todo marca Sony, o cambiado el auto en Silca por un cero kilómetro, o redecorado mi casa en Vivai, Porto o Walmer, u organizado una fiesta para quinientas personas en Punta Cala.

Lo único novedoso que encontré de mí en estos casi diez años de análisis, es que soy una lesbiana felizmente instalada en el cuerpo de un hombre.

●●●

No hay comentarios: