Soy fruto de la violencia, el agradecimiento y el frío de Nueva Jersey. Hace 31 años el bestia de mi padre seguramente agarró a mi madre chicana por el pelo, en un gélido enero, quizá con alguna ventana sin vidrio, y le fecundó un varoncito que hoy anda rodando por el mundo, maldiciendo aquella fertilidad que tantas envidian.
Ella se tuvo que casar perseguida por migración y luego le pagó el favor al gringo durante años, con una sumisión perruna.
Gordo inmundo, bebía, gritaba, transpiraba, hedía, tiranizaba y cultivaba primorosamente mi odio hacia la especie.
El abuelo mejicano también lo odiaba. Lamentaba no haber llegado a tiempo para rescatar a su hija y saboteaba en todo lo posible el poder de este subnormal archipoderoso.
Para mi octavo cumpleaños mi abuelo me regaló un equipo de audio de altísimo volumen y bajísima fidelidad. Luego entendí que era un castigo indirecto al yerno. Cuando lo usaba, los golpes en la puerta empataban los decibeles de los mega parlantes y eso lo ponía aún más furioso y frustrado.
Con mi madre casi no hablábamos pero igualmente nos entendíamos. Compartíamos un dolor que las palabras ya no calmaban.
Una noche de verano, luego de vaciar la quinta botella de cerveza, lo mirábamos comer un pollo usando las manos, que junto con la cara, estaban totalmente brillantes por la grasa.
El ruido a moledora se interrumpió y sus ojos empezaron a desorbitarse. Del color púrpura habitual pasó al bordó y con ella empezamos a comprender que se había atorado con un hueso. Nos volvimos a mirar y secretamente pensamos que nuestros ruegos habían sido escuchados. María Auxiliadora nos estaba auxiliando y para ayudarla, no lo auxiliaríamos.
No importa mucho cómo llegué a trabajar como fornicador de hombres maduros en el Parque Batlle, porque lo que quiero recordar es que un día me contrató un veterano que se parecía mucho a aquel elefante marino del cual nos liberamos. Como la mayoría, me pidió que lo penetrara lentamente, esperando la dilatación de su ano, pero un impulso salvaje me ordenó un envión que le provocó un alarido desgarrado.
Quizá para mí fue el audio que le faltó a aquella escena de triunfo milagroso.
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viernes, 7 de octubre de 2011
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