martes, 24 de enero de 2012

Jesucristo son los padres

Avanzan a campo traviesa sobre la interminable pradera que allá a lo lejos deja ver la blanquísima capilla de los infinitos milagros.

Van vestidos como hace ochocientos años, con el mismo hábito marrón y un lazo de algodón torneado con tres o cinco nudos. Las sandalias obligan al caminante a que nunca deje de andar porque se congelarían sus pies en tan fría mañana.

Como un coro disciplinado, todos piensan en Dios, en su infinita grandeza y misericordia.

Quienes los observamos desde la cabaña, comentamos que ese ideal representa el secreto deseo de retornar a la edad maravillosa en que la madre también poseía esa infinita grandeza y misericordia. Todos lo resolvemos de alguna manera. Ellos utilizan una religión y nosotros utilizamos el psicoanálisis, el que para muchos no deja de ser también un credo, una doctrina o un dogma.

Estos sacerdotes nos aventajan en que poseen una gran esperanza que les alegra la existencia, mientras que nosotros tenemos que conformarnos con vivir en una miseria inmejorable. Ellos no le temen a la muerte porque les espera una vida aún mejor y nosotros luchamos contra la certeza de ese fin absoluto y radical, creyendo esporádicamente que podemos controlar el horror.

A la larga procesión de franciscanos llega corriendo un rezagado. Codea al último y le pregunta agitado:

— Vo valor, ¿pa dónde pisa esta vagancia?

El sacerdote sale sobresaltado de su concentración y lo mira como si este personaje fuera el mismísimo demonio.

— ¿Cómo dices hermano?

— ¿De qué va esta mucha de marrones, man?

— ¿Quién eres tú que jamás te vi? ¿Cómo tienes ese hábito?

— No, no tengo hábito, pero un rulo que venía contigo me regaló esta bata porque le comí el cantor entre los yuyos y lo dejé pila pila. ¿Sale alguna lágrima encanutada ahí, pelo?

— ¡Pero de qué hablas, hijo mío! ¿Me estás diciendo acaso que el hermano Rubén te obsequió su atuendo a cambio de un servicio sexual que tú le brindaste y que mucho lo alegró?

— Si ta, todo joya, pero ¿pa dónde pisan tantos capuchas? ¿Hay joda grosa?

— (El fraile murmura) ¡No puedo creer que Rubén haya logrado ceder a sus impulsos ante este vulgar muchachote de tan bellas facciones!

— ¡No! ¡Pará amistá! ¡Mirá que si no me doy un latazo ya, te dejo sin jolgorio, eh!

— ¡Uah! I feel good. (1)

(1) Esta exclamación es la primera línea del tema homónimo interpretado por John Brown.

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