Mi plato de arroz
En mi casa paterna escaseaba el dinero. Siempre había conversaciones sobre cómo mejorar los ingresos. Mi padre parecía un tipo feliz, apasionado por las novelas y mi madre parecía una desgraciada. Muy llorona. Lo bueno de todo esto fue que nunca me faltó un plato de arroz ni chistes bien contados. Los dos me hacían reír.
Después de una
conversación que tuvieron en su dormitorio, se levantaron con la decisión de
vender unos cuadros que había pintado ella.
Al mediodía volvió
llorosa porque el de la galería de arte le había calificado sus obras de “simples
fotografía al óleo”. Esa triste historia quedó guardada y cada poco tiempo la
repetían.
Hace un rato estaba
mirando unos cuadros de Leonardo Da Vinci y pensé que también son fotografías
en colores, hechas mucho antes de Kodak. El de la galería tenía razón: mi madre
copiaba la realidad tal cual es. Yo la admiraba por eso, pero en realidad hacia
copias. Perfectas, pero copias. Por suerte seguí teniendo mi plato de arroz.
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