Cuando estaba a
punto de divorciarme porque mí amada esposa me tenía harto, el amigo de un
amigo (que resultó ser psicólogo), salvó mi matrimonio.
Desde que nos
casamos con Florencia había puesto los puntos sobre las íes con el tema
“fútbol”. Si a mí me impiden ir a la cancha, viajar junto con mi cuadro o no
participar de los festejos, es como si me quitaran un pulmón.
Ella es una
excelente mujer, gran compañera, maravillosa madre y capaz de cocinar los tucos
más espectaculares que alguien pueda cocinar, pero tiene eso: cuando vuelvo de
la cancha los domingos está siempre con un carácter insoportable, tenemos
disputas muy feas porque justamente ella «intenta quitarme un pulmón» y yo me defiendo en
proporción a su ataque.
La decisión de divorciarme era para mí algo muy penoso que lo estaba
postergando mes tras mes porque además de todo debo confesar que la quiero. Pero su
amenaza de extirparme el fútbol me supera.
Este amigo de un amigo me dijo que probablemente el problema de Florencia
es que los domingos de tarde se deprime como tantas personas (parece ser que el
domingo de tarde y el lunes todo el día, son horribles) y que yo podría
colaborar con ella (e indirectamente conmigo, salvando mi matrimonio y mi
pulmón) consiguiéndole algo para que ella no se aburriera los domingos de
tarde.
Como todo en la vida depende de uno pero además de la suerte, me acordé que
otro fanático enfermo como yo tenía un problema similar con su esposa y
propiciamos un encuentro entre ambas. Él hizo una carne asada en la parrilla
que tiene en la azotea, las mujeres se conocieron, gracias a Dios y a la Virgen Santísima
se hicieron amigas y ahora se encuentran los domingos de tarde para pasear, ir
al cine, tomar el té en alguna confitería o visitar familiares.
Ahora puedo literalmente «respirar aliviado».
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