Una tarde de verano con mucha lluvia estábamos encerrados en nuestra casa del Balneario Las Gaviotas y no tuvimos mejor cosa que hacer que jugar al juego de la verdad.
No
estoy seguro pero creo que el único que estaba a disgusto con esta propuesta
era yo, pero no dije nada porque me sentía en minoría y porque estábamos tan
aburridos que en cualquier momento se produciría algún estallido de malhumor de
consecuencias irreversibles.
Fue
gracias a este cruel juego de salón que terminé de entender qué es un dilema.
En determinado momento a alguien se le ocurrió preguntarle a mi madre: Si estás
en un naufragio y sólo podés salvar a uno solo de tus hijos, ¿a cuál salvarías,
a Miguel o a Rosana?
Ahí
se terminó el juego porque mi madre se puso muy nerviosa, casi gritando
amonestó al de la pregunta y terminamos jugando al fútbol en la calle y bajo
agua.
Prefiero
no considerar que ella tenía una respuesta para dar porque para mí que siempre
prefirió a mi hermana por ser más compradora que yo, sin embargo me quedó como
moraleja que existen alternativas que no son opcionales y que su resolución
sólo se logra a costa de algún renunciamiento.
Rosana
se terminó casando con un egipcio con quien se fue a vivir a Panamá y ahí nos
quedamos mi mamá y yo viviendo en aquel caserón del barrio La Providencia.
El
dilema se me planteó cuando quisimos vivir juntos con mi novia. ¿Nos íbamos a
vivir dejando sola a mi madre o nos
acomodábamos en alguna parte de la casa para vivir todos juntos?
A
pesar de no ser su hijo preferido opté por la solución más humanitaria hasta
que las conversaciones íntimas con mi novia tuvieron que tocar el espinoso tema
de que nuestra convivencia había entrado en una escalada de inconvenientes,
malestares, agresiones, peleas, gritos, portazos, mutismos y hasta algún
empujón inconcebible.
Imaginando
aquel frustrado juego de la verdad, la pregunta inconveniente ahora habría
sido: Si quieres formar una familia con tu novia, ¿dejarías a tu madre sola
viviendo en un caserón lleno de recuerdos?
Mi
respuesta ahora que sé lo que es convivir entre los tres es un categórico: SÍ.
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