sábado, 3 de agosto de 2013

No lo estropees entendiéndolo


Cuando tenía apenas veinte y pocos años tuve una experiencia que marcó el resto de mi vida.

Amaneció en Solanas del Mar una mañana de cine. El sol entró por la ventana de mi dormitorio y me dio justo en la cara porque había olvidado correr las cortinas al dormirme.

Sentía hambre, me levanté medio dormida y cuando fui a abrir la heladera para comerme algún trozo de pizza que hubiera quedado de la reunión que hicieron mis padres con algunos vecinos, tuve la sensación de ser abrazada y que alguien muy confiable entrara dentro de mí como si fuera una carta que entra en un sobre.

Me dio la orden de ensillar y de cabalgar por la playa. Mecánicamente me vi haciendo eso, el caballo de mi hermana resopló cuando pasé a su lado porque se lleva mejor conmigo que con ella y aprovechando que se había ido, decidí usárselo.

Salimos al paso hasta bajar a la playa y él decidió ir hacia el este. Con las riendas casi sueltas, comenzó caminando y luego empezó con su galope característico que se parece más bien a una alfombra mágica de un cuento de hadas.

Aquel espíritu que había entrado en mí como si fuera una carta con instrucciones, no se había hecho notar hasta que me ordenó aminorar la marcha. A lo lejos, recortado por el contraluz vi a otro jinete como si fuera una publicidad de Marlboro. Seguí avanzando al paso lento pero alegre de Zafiro y la figura empezó a bajar del médano como para interceptarnos.

Cuando finalmente llegamos al vértice de un imaginario ángulo recto, ambos caballo se detuvieron y la mujer me miró. Sentí que algo se me movía en el estómago, tuve miedo aunque ella no parecía atemorizante.

Se bajó de su caballo gris y caminó hacia nosotros compensando las dificultades que provoca la arena suelta. Cuando llegó a donde nosotros estábamos, tendió los brazos como se le hace a un niño para alentarlo a caminar y me sentí impulsada a que mi cuerpo bajara. En sus ojos había una sonrisa y nos empezamos a abrazar sin salir del lugar. Sus manos masajeaban mi espalda y sentí que aquello que había entrado como una carta en un sobre, salía como si ya hubiera llegado al destinatario.

Esta mujer hoy es mi mejor amiga. Nos queremos y nos apoyamos tanto espiritual como materialmente. Aunque vivimos muy distantes una de la otra, hemos pasado por momentos de felicidad y de amargura y ella siempre estuvo en mí como eso tan hermoso que es una amiga.



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