Gugo se inquietó porque algo nunca le había pasado antes. Levantó las orejas hacia la zona de donde provenía ese olor espantoso pero ningún sonido nuevo venía de ahí.
La noche era tan
oscura porque las nubes de todo el día tenían kilómetros de espesor. Apenas se
podía ver algo a pocos metros gracias a la mortecina luz que provenía de
adentro de la casa de sus amos.
El olor comenzó a ser
cada vez más cercano hasta que comenzó a ver esas vibraciones sutiles para las
que los humanos son totalmente insensibles.
Pif-pif-piiiif y ese
olor nauseabundo que empezaba a provocarle un intenso calor en la nariz. Su cuerpo tembloroso
se llenó de miedo. La información milenaria que guardaba en su
hiperdesarrollado cerebro le indicó que aquello alguna vez había causado el
dolor o la muerte de por lo menos uno de sus antepasados más remotos.
Comenzó a gemir y a
gruñir porque las vibraciones se acercaban más y más. Su cuerpo comenzó a
inquietarse ruidosamente y no pudo evitar ese ladrido insistente y poderoso
necesario para advertir a sus inexistentes compañeros de manada.
Las vibraciones
pestilentes ya estaban cerca y Gugo ladraba, aullaba convirtiendo la serenidad
de la noche en una escandalosa gritería que encendió más luces en otras casas
vecinas. Extrañamente, ningún otro perro respondía a Gugo.
El amo salió con una
escopeta en actitud defensiva, trató de ver qué pasaba y no podía entender qué
le pasaba al noble Gugo que aullaba y ladraba totalmente fuera de sí, apuntando
con su hocico hacia el cubo de los residuos donde el amo nada podía ver.
Gugo vio cómo esas
lucecitas malolientes trepaban por el cubo hasta volcarlo. Esto llamó la
atención del amo y Gugo no sabía si atacarlas o huir porque era presa de un
terror que nunca había pasado por su cuerpo actual.
El amo le gritó algo
en tono de «deja de hacer ruido o te castigaré», pero Gugo no pudo obedecer porque
el peligro que corrían él y sus amos era enorme, pero estos siempre eran tan
torpes que no entendían casi nada de lo que él les venía advirtiendo desde que
vivía con ellos. Todos eran muy torpes e ignorantes. Después de cinco años de
convivencia había renunciado a intentar orientarlos mejor. Ahora sólo quería
que la lucecitas asquerosas huyeran amedrentadas por tanto ruido.
El amo ingresó a la casa y antes de retomar la
lectura, dijo que Gugo se había asustado porque el viento tiró el cubo de la
basura.
Las lucecitas
comenzaron a retirarse y también su pésimo olor. Gugo pudo calmarse poco a
poco, los gruñidos seguían saliendo de su garganta de forma cada vez más
espaciada y, finalmente, todo no pasó de ser otra experiencia más en la que sus
sabias advertencia fueron incomprendidas por los humanos.
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