Paciente — Mi
hijo se quiso suicidar. Agarró el revólver que tengo arriba del ropero y entré
al dormitorio justo en el momento en que le había quitado el seguro y lo
sostenía sobre las piernas con cara de extraviado.
No entiendo qué le pasa. Más de lo que hacemos por él es
imposible. Desde que se casó lo ayudamos de todas las formas posibles y cada
vez está más irritable, le habla mal a la madre y a mí ni me mira.
Nosotros siempre le dijimos que esa muchacha no era para él.
Es una mujer que no sabe hacer nada, que la comida la compra hecha, que trabaja
seis horas en un hospital y dice que necesita a una persona que la ayude con
las cosas de la casa.
Ella ya no viene más a casa porque la última vez vino para
el cumpleaños de mi esposa y estuvo todo el tiempo con cara de enojo; yo le
hice una broma inocente y ella le dijo a mi hijo: «Venís conmigo o me voy sola» y el otro infeliz se fue con ella como un
perrito.
Les dimos el
apartamento donde viven, les compramos los muebles y máquinas que tienen, me
encargo de pagarles la factura de la luz, las expensas y el teléfono. ¡Qué más
quieren! Para mí que los jóvenes de ahora son unos desagradecidos porque no
saben lo que es sacrificarse para conseguir todo. Con mi esposa hicimos miles
de cosas para que a él no le falte nada y ahora mire como nos paga.
... y conste que yo
los ayudo con mucho gusto. Para mí es un placer llevar y traer a los hijos al
colegio, que también pago yo, por supuesto. Cada vez que se les rompe algo,
allá va el estúpido a solucionarles todo.
Terapeuta — ¿Alguna vez su hijo le pidió algo de todo lo que usted les da?
Paciente — No. Que yo recuerde no. ¿Por qué me lo pregunta?
Terapeuta — Quizá su hijo necesita tener necesidades para sentirse útil, usted se
las quita y por eso prefiere matarse.
Paciente — Eso que usted dice es un reverendo disparate.
Terapeuta — Lo hablamos en la próxima sesión.
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