Aunque me lo contó mi padre, esta vez puedo creerle. Él era un gran narrador y se murió sin que yo pudiera saber a carta cabal si inventaba las historias o veía la realidad tan distorsionada como en sus relatos.
Cuando yo tenía 9
años vivía en una casa humilde pero grande. En la misma cuadra habíamos más
niños de esta edad y también mayores.
A dos cuadras de ahí
se daba una situación similar con otros niños y la rivalidad entre uno y otro
grupo no podía resolverse por medio del pacificante fútbol sino que habíamos
formado sendos comandos de choque para resolver el conflicto por medio de la
confrontación armada. El ganador tendría libre circulación en ambas cuadras y
el perdedor tendría que pedir permiso para pasar por la puerta de los
ganadores.
En el galpón de mi
abuelo construí un escudo con maderas y cartón acanalado más una espada con el
palo de una escoba que estaba en uso pero como yo la necesitaba por motivos más
urgentes, la desarmé y me castigaron con toda una tarde sin jugar.
Cuando volví a la
fabricación de armas, cuenta mi padre que puse el escudo apoyado contra una
pared y le pegue un golpe con la espada-palo de escoba.
El escudo de deshizo
inmediatamente por razones obvias (pésima construcción) pero cuando me di
cuenta de que mi padre había dejado de leer para ver lo que acababa de ocurrir,
yo le habría dicho:
— Tengo demasiada
fuerza en este brazo.
Luego construí otro
escudo, agregándole más maderas y cartones, pero según él, no volví a probarlo “porque
mi brazo era demasiado destructivo”.
Cuando se produjo el
enfrentamiento, nos fue muy mal y tuvimos que salir corriendo a refugiarnos en
nuestras casas. Sin embargo, cuando al otro día nos reunimos en mi casa a
merendar, algunos dijeron que este había sido “un voluntario repliegue estratégico” y otro dijo que sólo había sido “una
rectificación de la línea de combate a posiciones más firmes”.
Cuando más adelante
tuve que guardar cama por culpa de una enfermedad eruptiva que no recuerdo cuál
fue, y mi padre me leía las fábulas de La Fontaine —no teníamos televisión—, él se
detuvo al final de «La zorra y la uvas» para contarme que la reacción de la zorra de
abandonar su intento alegando que «las uvas están verdes» era muy parecida a mi
actitud de no probar el segundo escudo, (tan endeble como el primero), alegando
que mi brazo era demasiado fuerte así como también era muy parecida a las
explicaciones técnicas de nuestra huida.
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