Braulio Cejas era un señor de apenas treinta y pocos de años, gordito, lento, con poco cabello pero muy largo y grasoso, dedos cortos terminados en uñas sucias. Siempre usaba los mismos zapatos negros acordonados y (¿las mismas?) medias grises.
Hijo de un directivo del hospital, le fue
asignado el archivo de historias clínicas porque su aspecto era inconveniente
para la apariencia higiénica de la institución.
Podía pasarse horas haciendo divisiones muy
extensas usando el dorso de informes que nadie leía. Era su pasión.
Hablaba poco y rara vez contestaba el saludo o
el teléfono.
A ese rincón frío, oscuro y bastante húmedo
del hospital iba y venía un jovencito de extraño peinado, cargando las
historias de personas internadas, egresadas y fallecidas.
En cierto momento la tranquilidad del archivo
perdió su ritmo porque hasta ella llegó el alboroto que se producía en los
pisos superiores porque el número de fallecidos estaba aumentando a un ritmo alarmante...
incluyendo pacientes, personal técnico, semi-técnico y administrativo.
Claro que Braulio no se inmutó hasta que
mirando la planilla con los datos personales de los fallecidos observó que en
la numeración de los documentos de identidad siempre figuraban los números
correspondientes a la fecha del fallecimiento.
En medio del griterío de la gente que iba y
venía, comenzó a mirar las numeraciones de las personas aún vivas y comprobó
con orgullo que la hipótesis era correcta: Día a día fueron falleciendo todos
los pacientes y funcionarios según sus cálculos.
Como siempre ocurre, omitió chequear su propio
número de documento, aunque de nada le hubiera valido.
●●●
1 comentario:
Muy bueno !!
Publicar un comentario